Una noche que prometía más de lo que fue
- Fernanda Schell. Editor: Ignacio Paz.
- 28 ago 2018
- 5 Min. de lectura
Eran las 12 de la noche y en las afuera del Bar Loreto el humo se hacía parte del ambiente. El local estaba repleto, riffs rápidos y sonidos psicodélicos ambientaban la presentación de The Ganjas, que estaban ahí para celebrar la re-edición en vinilo del mítico Daybreak.
Aquella noche, la banda chilena underground de rock neopsicodélico con 18 años de trayectoria, se presentaría para festejar el relanzamiento del que consideran uno de sus discos más relevantes. Esta vez mi idea era cubrir el evento y presenciar la “fiesta”.
Un antro sin letreros o señales de ser un bar, bajo una noche oscura, fría y risueña. La gente encendía la llama del Barrio Bellavista, mientras otros esperan ir a escuchar música o solo bailar al ritmo de las melodías underground. Se venía una noche que nadie sabía lo que sucedería.
Eran las 23 horas, estaba enfundada en mi chaqueta de cuero y Converse negras, junto al grupo de amigos, con cervezas en mano mientras esperamos entrar. La gente llegaba y hacía la fila. En un momento decidimos ingresar al local por un largo pasillo con luces rojas para dar inicio a la noche.
Entré con el fotógrafo y nos enteramos que no estábamos en la lista, de primera pensé, bueno, ¿qué se hace? Decimos salir del antro para esperar. Pasó una hora y no teníamos respuestas. El transcurso del tiempo se hacía rápido. Las personas comenzaban a llegar, ingresaban o simplemente tomaban alcohol y fumaban en el callejón.
Dieron las doce de la noche y afuera se producía una extensa fila. Por mientras seguíamos sin saber qué hacer, esperar o simplemente ir a otro lugar. Aparecían personajes clásicos de bandas under, conocidos en el círculo musical. De repente a lo lejos vi a tres hombres caminando dirigiéndose al Bar, a la vista noté que era Sam Maquieira, Pablo Giadach y Ness, integrantes de The Ganjas. Al verlos, Ness corrió al bar, después saludé a Maquieira y pregunté por la lista, “no hay”, él dijo que debía estar o llegaría más rato. “¿Y la entrevista?”, le comenté. En ese minuto Pablo me saludó y el líder de la banda dijo “¿qué necesitái? ¿Cuñas? Entrevista es muy larga, no tenemos tanto tiempo, tenemos que subir a tocar”. Comenté que era algo breve, unas cuñas, pocas preguntas. En ese comprendí que debían irse, estaban a cinco minutos de tocar, pero ellos cedieron.
El breve relato comenzó con la relevancia de Daybreak, Sam Maquieira decía “fue un momento de cruzada en el tiempo de The Ganjas porque grabamos con el profesional Pablo Giadach. Siempre grabamos nosotros los discos, tipo amateur, nosotros hacíamos todo. Entonces se nos ocurrió grabar con Pablo en el Estudio Orange. Por otro lado fue crucial para el grupo porque Pablo Giadach terminó entrando a la banda y los discos empezaron a sonar mejor”. Le di la palabra a Giadach, él rió y dijo que “estaba agradecido de los cabros por tantos años de rock n’ roll”.
Entre eso, yo sentía la poca disposición hacia la entrevista, las risas se notaban y las preguntas cada vez tenían menos relevancia a juzgar por sus respuestas. Respecto al vinilo Maquieira decía “está en vinilo, bacán, celebremos y la mejor manera es tocar el disco completo. Es una tocata especial porque no lo volveremos hacer nunca más.” Mientras Giadach lo miraba sin decir nada.
Le dije a Sam ¿Qué esperan de esta noche? -“Emm, esperamos... Eh no diré ninguna gueá mejor. Da mala suerte”, y ambos rieron. Luego comentaron que esperaban que la gente “disfrute y celebre con nosotros, vacilar, no sé. Es un concierto de rock. Cada tocata es una celebración, un vacilón, no sé”.
Repentinamente llega Pape, bajista de la banda y les hace una seña de que debían ir tocar. Él comentó que querían “darlo todo, puro rock n’ roll”. Luego se fueron. Solo fueron tres minutos de conversación.
Al rato me escabullí entre la gente en busca del fotógrafo y no lo encontré. Por una parte estaba preocupada. La fila comenzó avanzar, mientras que los fuertes riffs de guitarras sonaban guiados por la batería que se escuchaba hasta afuera. Nuevamente entré y la lista estaba allí. Pasé por el largo pasillo y me encontré con el lugar repleto, sin ver nada. Ingresé entre medio del público, donde logré alcanzar la primera fila. Me quedé quieta para observar los movimientos de los músicos.
La verdad no sabía en qué tema iban, solo visualicé un setlist extenso que estaba encima de los amplificadores. El sonido se acoplaba, la voz de Sam Maquieira no la escuchaba. Sentía que los músicos habitaban en su propia órbita, guiados por las melodías donde estaban atrapados en su mundo. Las notas de sicodelia se mezclaban con las luces azules y rojas, con su máximo volumen y los acoples escondían los secretos de las composiciones haciendo intendible la propuesta musical.

Sam Maquieira.
Se empezó a sentir una percusión relajada guiada por sonido reggae, seguido por una mezcla entre el bajo y guitarra, la voz intentaba sobresalir pero no se escuchaba bien. Out from Heaven, hacía que las personas estuvieran en una nube de humo. Tras terminar la canción la gente aplaudía y gritaba “¡grande The Ganjas, aguante!”.
El tema homónimo, Daybreak, intentaba calmar al grupo de personas. En ese momento, atiné a darme vuelta y ver como todos estaban cegados por la evocación de la esencia en las notas que tiene la habilidad para hacer un sonido estridente.

Pablo Giadach.
Maquieira dijo “vámonos para Chillán, cabros” y empezó un tema lento pero enlazado a unas notas que se dejaban llevar por el ambiente. La música estaba a todo volumen. Un tema volátil, toque eléctrico, colmado de riffs extraños y graves, cargados en distorsión.
Gritos, halagos y humo en el antro nocturno, daban pase al clásico tema ícono de The Ganjas, Frío ni Calor. La batería rápida de Ness hacía que la gente se prendiera. Fuertes riffs de guitarra generaban saltos y movimientos en las personas. Pape comenzó a cantar y la masa seguía a todo pulmón. Se presentaba el fanatismo de los asistentes.

Sam Maquieira y Pape.
Luego ellos dijeron “gracias cabros, hasta la próxima”, caminaron hacia los camarines. La masa de gente comenzaba a expresarse, querían más. A lo lejos miré y estaban conversando. Luego volvieron para seguir con Let’s go to the beach. El ambiente era una mezcla de hierba al ritmo de una tonada tipo reggae. Después de esto, se despidieron y tomaron sus instrumentos. Unos sujetos cerraron las cortinas y se acabó el show.
Dieron las 2:30 de la mañana, todo ya acabó, algunas personas se marcharon mientras que otras bailaban al ritmo de The Clash. Noté que el público quedó contento tras el espectáculo, no obstante, desde mi perspectiva, no fue lo esperado. Estaba molesta y desilusionada frente a una actitud que hace la diferencia entre una banda profesional y otra que pretende serlo. Terminé sacando las fotos, porque el fotógrafo no aceptó el trato indiferente. Estas líneas son el único testimonio de una noche que prometía más de lo que fue.
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